“La arena de los ciclos es la misma e infinita es la historia de la
arena;
así bajo tus dichas o tu pena, la
invulnerable eternidad se abisma.” Jorge Luis Borges
Por qué siempre
las mismas preguntas acerca del origen: ¿Cómo surgió el universo? ¿Cuál es el
material con el que está hecho todo lo que existe? ¿Quién soy?
¿Para qué? Qué
importa todo eso.
La realidad
simplemente es. Tiene una forma a través de la cual se expresa y una dinámica
de funcionamiento. Los acontecimientos se suceden en el tiempo, plantas,
animales y seres humanos coexisten todos en un mismo ámbito, nacen y mueren. Ya
está. Punto.
Por qué tiene
que haber una sustancia que de origen a todo. Y si la tal cosa existiera, por
qué tendríamos que buscarla. No lo sé.
Lo que sí creo
es que los hombres que a lo largo de la historia se han formulado una y mil
veces esa pregunta, no lo han hecho por mera curiosidad.
La pregunta
sobre el origen es también, siempre, una pregunta por el destino: la tan
elemental y humana búsqueda de sentido. Principio y final suceden en el mismo y
único punto.
Les confieso que
a veces también yo querría dar con mi propia respuesta acerca del material que
rige y crea todo lo que existe.
Tales de Mileto encontró
la respuesta en el agua y Heráclito en el fuego. Anaximandro pareció afinar la
percepción y se refirió a un extraño material, primigenio y fundante, al que
dio el nombre de ápeiron.
Al igual que
ellos yo querría poder decir algún día: -¡Sí! Acá está. Al fin. Lo encontré. Yo
sabía que no debía entregarme. Lo encontré. Escuchen bien esto: -El material
del que todo está hecho se llama…
Pero no, la
respuesta no me ha llegado. No tengo mi respuesta todavía.
Pero saben qué,
aunque suene audaz creer que alguien así de insignificante pueda dar con la
respuesta tan buscada, suele decirse en oriente que esa respuesta existe y que
tiene una forma exacta hecha a la medida de cada individuo y que todos tenemos
el derecho de buscarla.
Los maestros
advierten que si bien la respuesta está al alcance de cualquiera, ella tiene el
don de ocultarse. No es un nombre lo que debemos buscar, aunque pueda tenerlo, sino
aquello que el nombre, nombra.
A pesar de que
es experto en el arte de esconderse sostienen que quienes lo han tenido frente
a sí tan cerca como para poder mirarlo a los ojos, automáticamente lo han
reconocido.
Con nombre o sin
él, se dice que quienes toman contacto directo con este material antiguo, se
encienden y comprenden.
Él se transforma
para ellos en la belleza sublime, en el alimento tan buscado, y en la
inspiración para una nueva vida.
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