Jadiya
Luego de haber recibido la primera manifestación de la Revelación de parte de Gabriel, el Profeta Muhammad regresó a su casa como pudo: conmocionado, agitado, casi arrastrándose, la frente cubierta de sudor y a la vez con frío, mucho frío; parecía un niño asustado. -Arrópame Jadiya, arrópame. Era la súplica del Profeta.
Fue el abrazo de Jadiya lo que le permitió recobrar
lentamente el sentido. Sus suaves caricias, su voz tenue, lo iban trayendo de a
poco de regreso... Ella lo instó a que no dudara y creyó en él. Para ella
bastaba como todo testimonio de la
Verdad ese par de ojos perfectos y ese cuerpo tembloroso y
frágil que sus brazos sostenían.
El Profeta parecía en ese momento débil y plagado de
dudas, temía estar enloqueciendo. Al tiempo Dios le dijo que si el mensaje que
él recibió hubiera sido revelado sobre una montaña, la montaña habría sido
aplastada. El Profeta era más fuerte que una montaña.
La aparente fragilidad, los temores y dudas, son
solo escenas en un guión perfecto que más allá del tiempo se ha escrito. Su
actuación es siempre magnífica. Él no necesita de nada, no duda ni teme. Sin
embargo durante su vida en la tierra, cada uno de sus gestos encierra un
regalo. El Profeta era más fuerte que una montaña y a pesar de ello eligió
actuar esas dudas, eligió mostrarse necesitado de Jadiya, para que muchos otros
después de él revivan ese gesto de infinita humildad y comprendan.
No hay dualidad en el mundo del amor. El más Alto es
a la vez el más necesitado, el más fuerte puede ser al mismo tiempo el más
débil... No es que algo se haya transformado, ni que el Profeta haya perdido a
fuerza de confusión sus certezas, no. Simplemente ha ingresado en el territorio
de la más absoluta intimidad. El refugio tibio de un hogar, un manto con el
cual arroparse y un hombre y una mujer que frente a Dios son uno. El Profeta no
necesitaba de esa escena, pero nosotros sí.
En ese espacio de absoluta intimidad solo cabe la
unidad. No existe el tuyo ni el mío, no hay alguien que de y otro
que reciba, uno que sostenga y otro que descanse, ni avance ni retroceso. No
hay dos, no puede haber dos, sino Uno.
Qué regalo inmenso el del Amado Profeta, antes del
final de los finales, puede que por su gracia suceda, que en la intimidad de un
amor así a un hombre se le conceda la vislumbre de una chispa de la experiencia
de Dios en la tierra.
El agua
El agua, por estar enamorada de la muerte, a todas las cosas da vida
Deseando absorberse en el océano, ella canta en su marcha fluida
El canto del agua se refleja en lo verde, esparcido en todo
Cobra inusitada altura y florece perfecta en el corazón del hombre
Es tan dócil que dondequiera que la encamines ella sigue
Puede tener tanto furor que barre todo cuanto la obstruye
Su naturaleza es femenina, en curvas siempre fluye
Respétala, ella te sirve, trata de aferrarla, ella te elude
Ocupa el lugar más pequeño, con todo por doquier se esparce
Su ilimitada esencia tan sólo por una lágrima puede expresarse
Quienes aman a Dios son como el agua… altos en humildad
Por siempre expirando… en eterna estabilidad
Sin cesar se caen a los pies del Maestro y de un brinco se levantan
Surgen cantando como gigantescas flores y derraman sobre todos su fragancia.
Francis Brabazon "En el polvo yo canto"
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Poesía