De viaje por la República de Irán, en los territorios de lo que fue la antigua Persia, recuerdo una visita a la monumental mezquita del Shah ubicada en la ciudad de Isfahán.
La cúpula azulada y los grandes minaretes que la presiden, albergan buena parte de lo más refinado y sutil del arte islámico.
El primer día no me atreví a entrar, recorrí el cuidado parque que circunda al templo y obtuve cuanta foto pude buscando retener la belleza arquitectónica que tenía ante mis ojos. Me dediqué también a observar en detalle el modo en que las personas que entraban a la mezquita, vestían.

Estuve un buen rato y al salir un hombre que ofrecía a la venta imágenes y recuerdos de la mezquita me dijo: -Lo noté allí dentro muy preocupado por hacer lo mismo que los demás hacían; por reproducir prolijamente cada gesto.
-Ciertamente, le respondí creyendo que se trataba de un elogio. -Me pareció lo más respetuoso dado que soy un hombre que está de paso y no conozco las costumbres de este lugar. Así que me tome un tiempo para observar y repetir lo mejor que pude aquello que había observado hacer a otros.
El hombre se puso bastante serio. Me dijo que no dudaba de mis buenas intenciones pero que aquello que yo juzgaba estimable, tal vez no lo fuera tanto.

-Usted no tiene necesidad de imitar a nadie. Puede hacerlo, claro que puede hacerlo, cientos de miles lo hacen cada día y no aquí sino a lo largo y ancho de todo el mundo, muchos quieren vivir la misma vida, copiar el éxito de los otros. Pero a la hora de la plegaria, el asunto es diferente. No es imitando una pose o un conjunto de gestos o palabras que se logra entrar en contacto con la Verdad-

Mirándome a los ojos y haciendo un visible esfuerzo por recordar con precisión cada palabra ya que según me refirió no eran sus palabras sino las palabras de su maestro, me dijo: -La plegaria que Dios escucha es la plegaria del corazón.

Que se eleva desde el corazón y que lleva el sufrimiento del corazón, esa es la voz a la que Dios le presta atención.
-Es mejor no adorarlo si no puedes hacerlo con tu corazón puesto en ello.
Dios no escucha el lenguaje de la lengua o el de la mente. Él responde solo al lenguaje del corazón.
El lenguaje del corazón es la canción de Amor para el Amado. Y el Amado sólo puede ser encontrado en ti, ya que Su única morada es el corazón.
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